jueves, 18 de junio de 2015

La legión de los idiotas


La copiosa llovizna limeña de junio humedece tenuemente su cabello, al tiempo que se apresura a concentrar su mirada en aquel amarillo quiosco forrado de multicolores periódicos de cincuenta céntimos.

A Alejandro la función lectora siempre le fue una herramienta inútil. Más allá del indispensable utilitarismo de la burocracia diaria, leer con detenimiento y pausa es un mundo inexplorado y virgen para él. Un mundo, que por cierto, tampoco está interesado en descubrir.

Sin embargo parado allí, en medio de la poblada y caótica calle mientras espera el bus que lo llevará a su trabajo, la función lectora en su nivel más primario le permite echarle un vistazo a los titulares más llamativos y vociferantes de la prensa: no entiende mucho y retiene lo suficiente.

Detesta la política por aburrida. Pone especial atención al fútbol y la farándula (ambos, incluso la política, son ahora lo mismo). En su mente, confirma y opina consigo y para sí mismo hasta que se percata de la llegada de su bus. Apura su paso para ir a trabajar.

Ya en el trabajo, armado de su laptop, se apresura a darle un vistazo a su cuenta de Facebook. Mira perfiles ajenos y, nuevamente se concentra en las noticias, pero esta vez solo para opinar a través de las redes.

Alejandro opina: a veces poco, a veces mucho. En realidad depende de su estado de ánimo y del tiempo del que disponga para hacerlo. Alejandro, en la mayoría de ocasiones, desconoce en profundidad el tema sobre el que opina, sin embargo lo hace; y cuando lo hace consigue muchos likes. También es insultado, denostado y despreciado. Él devuelve el favor.

Mientras más bajo y artero el insulto, mejor se siente él. No importa el tema, lo importante es opinar, comentar, postear.


La democracia de las redes sociales

Es claro que el advenimiento de las redes sociales representa una gran oportunidad de intercambiar ideas, información y conocimientos; por lo menos eso es lo que la utopía nos enseña o quisiéramos creer. Sin embargo, no es menos cierto que las redes sociales han masificado, de muchas maneras, la estulticia a niveles épicos.

Umberto Eco acaba de ofrecer una entrevista al diario LaStampa de Italia y ha sido más que claro en su percepción sobre las redes sociales e Internet: "Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles".

En otro momento Eco comenta lo siguiente: "Si la televisión había promovido al tonto del pueblo, ante el cual el espectador se sentía superior", el "drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad"

No es la primera vez que las redes sociales recibe una crítica de este tipo por parte de un intelectual. En el 2011, Mario VargasLlosa comentó lo siguiente: “Si escribes así, es que hablas así; si hablas así, es que piensas así, y si piensas así, es que piensas como un mono. Y eso me parece preocupante. Tal vez la gente sea más feliz si llega a ese estado. Quizás los monos son más felices que los seres humanos. Yo no lo sé”.

Noam Chomsky no tuvo una opinión muy diferente sobre el tema: "Internet es una suma de ideas azarosas y es difícil distinguir entre lo que alguien pensó mientras cruzaba la calle y lo que otro estudió en profundidad".

Entonces, ¿realmente estamos ante la dictadura de los idiotas en los términos de Umberto Eco? ¿Se precariza el conocimiento? ¿Se empobrece el debate? Se debe buscar con intuición de científico y esperanza de monje para encontrar opiniones enriquecedoras, incluso en la discrepancia.

Sin embargo, las redes sociales están ya aquí para quedarse, y nos asomamos inexorablemente a un nuevo entorno comunicacional.


Es cierto que opiniones poco informadas (estoy siendo benévolo) pueden ejercer un peligroso liderazgo de opinión, pero es parte del riesgo de vivir en una sociedad hipercomunicada y al mismo tiempo cada vez más deshumanizada. 

Jürgen Habermas opinó más o menos en la misma tendencia al ser consultado sobre el impacto de Internet en las comunicaciones humanas: “El uso de Internet, ha ampliado y fragmentado, al mismo tiempo, los contextos de la comunicación. A eso se debe que Internet pueda tener un efecto subversivo en la vida intelectual dentro de regímenes autoritarios. Pero a la vez la vinculación cada vez menos formal, la reticulación horizontal de los canales de comunicación, debilita los logros de los medios tradicionales. Esto enfoca la atención de un público anónimo y disperso en asuntos y en información específicos, permitiéndole a los ciudadanos concentrarse en los mismos temas críticamente filtrados y en las piezas periodísticas en cualquier momento. El precio que pagamos por el crecimiento del igualitarismo ofrecido por Internet es el acceso descentralizado a historias no editadas. En este medio, las contribuciones de los intelectuales pierden su capacidad para enfocar un discurso”.

Nos encontramos entonces no solamente ante la puesta en valor de opiniones poco sostenibles, sino que además los mensajes con sostenibilidad y rigurosidad intelectual no se enmarcan en un discurso articulado y coherente.

Diariamente, como el ejemplo arriba citado, nos encontramos con productores de información que dirigen el debate en las redes y que, en muchas ocasiones logran trascender a la esfera offline. Este advenimiento es algo que se debe estudiar e incluso motivar a reflexión. 

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